Una fábula que tuvo mucho éxito, narraba la historia de dos
ratoncitos y dos personas que trabajaban en un lugar apilando queso, hasta que
un día, sin darse cuenta de cómo ocurrió, el queso se desapareció. Entonces los
ratoncitos comenzaron a correr en búsqueda de un lugar que les proporcionara
"ese queso" que ya no tenían ahí. Los hombres tardaron mucho tiempo
entre lamentaciones, preguntas y falsas esperanzas. Todos los días deseaban que
volviera el queso a su lugar.
Hasta que finalmente uno de los hombresitos decide calzarse
las zapatillas deportivas y lanzarse al laberinto en búsqueda de un nuevo
queso, porque entendió que es su responsabilidad moverse; fue proactivo y
aceptó que su vida cambió, fluyó con el cambio, y se adentró en lo desconocido,
contando con todos sus recursos y habilidades, valiéndose de su propio
potencial para automotivarse, hasta que finalmente encontró otra montaña enorme
de queso.
Seguramente que ya habías leído esta fábula. Se convirtió en
un cliché referente al cambio y a la resistencia que nos ocasiona cambiar.
Siempre he pensado que la vida te presenta oportunidades
para que seas tú quien decidas las dosis amigables de cambio, y puedas hacerlo
de forma paulatina, fluyendo. Sin embargo, cundo nos resistimos a cambiar, parece
que la misma vida nos destornilla los pies y nos sacude.
Siempre hablé de emigrar como una gran ilusión para mí. Me
apasionaba la idea de encontrar un lugar en donde yo sintiera muchas más
oportunidades para mi propio bienestar y el de mis hijos.
Siempre decía: tu
bienestar es tu responsabilidad, muévete, búscala en cualquier parte de este
maravilloso mundo. Sabía que era el mismo aire, la misma luna, un mar extenso,
una tierra próspera en diversidad y un sol de abundancia que lleva luz a cada
rincón del planeta.
Mi abuela materna fue aguerrida y valiente, y emprendió un viaje hacia nuevas tierras para poder ofrecerle seguridad a su familia. Hoy me tocó a mi, y me siento orgullosa de comenzar esta búsqueda con madurez y un enfoque positivo, diciéndole a mis dos hijos; todo está bien, hallaremos un nuevo queso. Esto lo digo completamente convencida de que así será.
Sí; los últimos días que pasé en Venezuela fueron de mucho dolor. El apego, las despedidas, decidir qué traerme y qué no, recorrer los lugares en donde compartiste con familiares y amigos y pensar que por mucho tiempo eso cambiará, y por su puesto, la incertidumbre, son banderas que hondean ante esta decisión.
Logré estar hoy aquí, gracias al apoyo de personas muy valiosas y de buen corazón, que me acompañaron en ese proceso de cierre.
Y estoy completamente agradecida con Dios por la oportunidad de poder construir mi futuro y el de mis hijos en un lugar risueño, alegre, vivaz, llamado España, en donde nació mi abuela Lucía.
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