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Metáfora de la transformación
En un pueblo llamado “Lejoscerca” había una linda casita con muchas comodidades, lindos jardines, ricas comidas, con lunas y soles que daban oscuridad y claridad, frio y calor.
En esa casita vivía una oruga llamada Aidan… Aidan era la oruga más desorientada que existía en el mundo entero. Cuando era una oruga pequeña se sintió muy sola; buscaba a su mamá para que la protegiera y cuidara de los pájaros malucos que se la querían merendar.
La pequeña oruga fue creciendo con muchos vacíos, con muchas soledades y con muchos perdones que regalar. Ella quería crecer, y sentía que las orugas para crecer tenían que comer.
Aidan no comía mucho, sino que comía cualquier montecito malo, hojas marchitas, no sabía cómo cuidarse, no sabía lo valiosa que podía llegar a ser, y se sentía gris y sombría.
Un día, caminando por un bosque encantado Aidan se encontró con su príncipe azul, y con rubor en sus tiernas mejillas de niña-mujer la oruguita quiso saber qué había más allá del bello jardín de la casita.
Resolvió preguntarle a una estrella en el cielo de nombre Lizlena: ¿Cómo hago para que se enamore de mi? Y la voz dulce y segura de una compañera de camino le contestó: - muestra lo mejor de ti, muestra lo más dulce y puro… ¡Eso eres tú!.
Supo que era el momento del cambio, sintió un fuerte deseo de ser mejor, de cerrar ciclos, de ir sanando, de embellecerse, y ahí comenzó la maravillosa transformación.
Aidan escuchó por primera vez la palabra amor y sintió en su estómago una energía sublime que le susurraba al oído: -“Es el momento”.
La orugita sintió en su alma un susto muy grande. - ¿Llegó el momento? Pensaba- Dios mío, ¿estaré preparada?
Sintió que la única forma de tener un poco de tranquilidad ante ese miedo, era informándose, leyendo, preparándose, y durante todo el proceso de preparación documentó cada palabra, cada estrategia, cada progreso con la intención de regalar su conocimiento y experiencia a otras orugas para cuando les llegue el momento de la transformación.
El día llegó. Aidan no era más una oruga. Aidan se convirtió en una hermosa crisálida que envuelta en un capullo protector igual al manto de Dios, sintió lo extraordinario de su poder de sanación y el glorioso equilibrio de los mundos interno y externo.
Un arcoíris la alimentada llenándola con sus vivos colores, las gotas de rocío le regalaban su vitalidad, las tormentas le regalaban su temperamento y disciplina, y las canciones del viento le enseñaron a escuchar más allá de las palabras.
Aidan se sentía muy segura arropada por ese capullo, y aunque ya estaba lista seguía ahí…Un día Dios tuvo que levantar una nube para amorosamente decirle: Hermosa crisálida, la vida te espera, abre tus alas….
Y finalmente sucedió… un rayo de luz llamado Ariajay surgió de la nada, y desde el fondo de su alma le iluminó el camino. Aidan había logrado el equilibrio de su mundo interno con su cuerpo y era el momento de desplegar su hermoso colorido y expandirlo por el mundo entero.
En un pueblo llamado “Lejoscerca” había una linda casita con muchas comodidades, lindos jardines, ricas comidas, con lunas y soles que daban oscuridad y claridad, frio y calor.
En esa casita vivía una oruga llamada Aidan… Aidan era la oruga más desorientada que existía en el mundo entero. Cuando era una oruga pequeña se sintió muy sola; buscaba a su mamá para que la protegiera y cuidara de los pájaros malucos que se la querían merendar.
La pequeña oruga fue creciendo con muchos vacíos, con muchas soledades y con muchos perdones que regalar. Ella quería crecer, y sentía que las orugas para crecer tenían que comer.
Aidan no comía mucho, sino que comía cualquier montecito malo, hojas marchitas, no sabía cómo cuidarse, no sabía lo valiosa que podía llegar a ser, y se sentía gris y sombría.
Un día, caminando por un bosque encantado Aidan se encontró con su príncipe azul, y con rubor en sus tiernas mejillas de niña-mujer la oruguita quiso saber qué había más allá del bello jardín de la casita.
Resolvió preguntarle a una estrella en el cielo de nombre Lizlena: ¿Cómo hago para que se enamore de mi? Y la voz dulce y segura de una compañera de camino le contestó: - muestra lo mejor de ti, muestra lo más dulce y puro… ¡Eso eres tú!.
Supo que era el momento del cambio, sintió un fuerte deseo de ser mejor, de cerrar ciclos, de ir sanando, de embellecerse, y ahí comenzó la maravillosa transformación.
Aidan escuchó por primera vez la palabra amor y sintió en su estómago una energía sublime que le susurraba al oído: -“Es el momento”.
La orugita sintió en su alma un susto muy grande. - ¿Llegó el momento? Pensaba- Dios mío, ¿estaré preparada?
Sintió que la única forma de tener un poco de tranquilidad ante ese miedo, era informándose, leyendo, preparándose, y durante todo el proceso de preparación documentó cada palabra, cada estrategia, cada progreso con la intención de regalar su conocimiento y experiencia a otras orugas para cuando les llegue el momento de la transformación.
El día llegó. Aidan no era más una oruga. Aidan se convirtió en una hermosa crisálida que envuelta en un capullo protector igual al manto de Dios, sintió lo extraordinario de su poder de sanación y el glorioso equilibrio de los mundos interno y externo.
Un arcoíris la alimentada llenándola con sus vivos colores, las gotas de rocío le regalaban su vitalidad, las tormentas le regalaban su temperamento y disciplina, y las canciones del viento le enseñaron a escuchar más allá de las palabras.
Aidan se sentía muy segura arropada por ese capullo, y aunque ya estaba lista seguía ahí…Un día Dios tuvo que levantar una nube para amorosamente decirle: Hermosa crisálida, la vida te espera, abre tus alas….
Y finalmente sucedió… un rayo de luz llamado Ariajay surgió de la nada, y desde el fondo de su alma le iluminó el camino. Aidan había logrado el equilibrio de su mundo interno con su cuerpo y era el momento de desplegar su hermoso colorido y expandirlo por el mundo entero.
Pensó: -Soy del mundo y para el mundo… Vuelo libre bendecida, acompañada y dichosa de posarme en aquellas flores que me reciban, para contarles cómo comer arcoíris y sacar provecho de las tormentas.
Gracias mi príncipe azul, tú moviste mi alma.
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