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EL VALOR DE 20 VACAS
Hace poco leí un cuento de Jorge Bucay que parafrasearé para transmitir la esencia de su contenido.
El cuento decía que en una determinada isla llegaban los barcos y los marineros, luego de desembarcar la carga, tenían la costumbre de gastar toda su paga en la taberna del lugar, en licor y mujeres.
En una oportunidad 2 de los marineros que iban rumbo a cumplir con su costumbre, se detuvieron en el camino, porque uno de ellos, el más joven de los marineros de ese barco, vio a una mujer lavando su ropa a orilla de un rio.
El joven marinero llamó la atención de su amigo diciéndole que era la mujer más hermosa que había visto y que tenía que hablar con ella, a lo que su amigo contestó que en la taberna los esperaban mujeres mucho más hermosas y más dispuestas a satisfacer sus deseos.
El joven marinero hizo caso omiso de los comentarios de su amigo e insistió que debía conversar con esa mujer, y le pidió a su compañero que se adelantara a la taberna, que él iría después.
El amigo siguió su rumbo, y el joven marinero se acercó a la mujer sin interrumpir su labor; sólo se sentó a contemplarla.
Una vez que la mujer se disponía irse a su casa, el joven marinero le pidió acompañarla y entablaron una conversación amena que les permitió conocerse.
El joven marinero llegó a la taberna, y entre el humo de los cigarrillos que segaban el lugar y las mujeres y hombres ebrios de tanto alcohol, encontró a su amigo y le pidió que lo ayudara, porque él quería casarse con la muchacha que había conocido ese día. Como era tradición en aquella isla, para pedir la mano de una joven mujer, debían presentarse en la casa de los padres el novio acompañado de un padrino, y sería el padrino quien junto al padre de la novia acordarían el pago del acuerdo.
El padrino llega a casa de la muchacha a conversar con su padre y al pedir la mano de su hija para el joven pescador, el padre dice que la vende por 20 vacas, que es la más joven de sus hijas, la más hermosa, y que a pesar de que solo tenía 18 años, era toda una mujer y no la daría por menos de 20 vacas.
El padrino, quien era el delegado para conversar con el padre, le dijo que esa no era la hija con el que su amigo se quería casar, a lo que el padre se adelantó y dijo que entonces estaba muy complacido de que apreciaran la inteligencia de su hija del medio, que era una excelente amiga, era muy astuta y que a ella la daba en matrimonio por 13 vacas.
El padrino volvió a interrumpir al padre diciéndole que por esa hija tampoco era que habían venido, y que era por su hija mayor.
El padre incrédulo se quedó sin palabras. Entre la sorpresa y el agradecimiento saltó a pedir 7 vacas por aquella de sus hijas, y le dijo a los pescadores que no aceptaría ni un poco menos, porque la cojera de esa hija no era mayor impedimento para que ella cumpliera con sus deberes como esposa.
El joven pescador finalmente pronunció palabra, para contrariar al padre diciéndole que por su hija, la que él quería, ofrecía el valor de 20 vacas, lo mismo que el padre pidió por su hija la más joven.
El amigo del joven pescador, al que habían escogido como padrino, se quedó perplejo, y quiso llamar la atención del muchacho, pero este se mantuvo firme en su decisión.
Pasaron 5 años para que un navío trajera de vuelta al amigo- padrino a aquella isla. Éste lo primero que hizo al desembarcar la mercancía fue preguntar por el joven pescador; quería saber si se había casado finalmente y qué había sido de su vida.
Preguntando a los lugareños consiguió que el muchacho había construido una humilde casa con sus propias manos a la cima de una montaña, y para llegar debía caminar aproximadamente media hora.
En su caminata, el padrino consiguió una procesión de peregrinos que homenajeaban a una hermosa mujer que llevaban en brazos. La mujer irradiaba luz y belleza, y en su gesto de agradecimiento, aquella mágica mujer extendía sus manos para saludar a todo aquel que se le acercara.
El padrino quiso detener su paso para contemplar la hermosura de aquella noble mujer, pero recordó su propósito de visitar a su joven amigo.
Cuando llegó a la cabaña, le preguntó a su joven amigo si se había casado, y en donde estaba su mujer, a lo que el muchacho contestó que efectivamente se había casado con aquella muchacha y que sí había pagado el valor de 20 vacas por ella, pero que en este momento no se encontraba en la cabaña, porque era su cumpleaños, y los lugareños celebraban ese día agasajándola con una procesión llevándola en brazos y festejando junto a ella, porque la querían mucho.
El amigo pescador incrédulo le preguntó al muchacho si se había vuelto a casar, porque la mujer que él acababa de ver en la procesión era muy hermosa, y la que él había conocido años atrás pues no lo era.
Hace poco leí un cuento de Jorge Bucay que parafrasearé para transmitir la esencia de su contenido.
El cuento decía que en una determinada isla llegaban los barcos y los marineros, luego de desembarcar la carga, tenían la costumbre de gastar toda su paga en la taberna del lugar, en licor y mujeres.
En una oportunidad 2 de los marineros que iban rumbo a cumplir con su costumbre, se detuvieron en el camino, porque uno de ellos, el más joven de los marineros de ese barco, vio a una mujer lavando su ropa a orilla de un rio.
El joven marinero llamó la atención de su amigo diciéndole que era la mujer más hermosa que había visto y que tenía que hablar con ella, a lo que su amigo contestó que en la taberna los esperaban mujeres mucho más hermosas y más dispuestas a satisfacer sus deseos.
El joven marinero hizo caso omiso de los comentarios de su amigo e insistió que debía conversar con esa mujer, y le pidió a su compañero que se adelantara a la taberna, que él iría después.
El amigo siguió su rumbo, y el joven marinero se acercó a la mujer sin interrumpir su labor; sólo se sentó a contemplarla.
Una vez que la mujer se disponía irse a su casa, el joven marinero le pidió acompañarla y entablaron una conversación amena que les permitió conocerse.
El joven marinero llegó a la taberna, y entre el humo de los cigarrillos que segaban el lugar y las mujeres y hombres ebrios de tanto alcohol, encontró a su amigo y le pidió que lo ayudara, porque él quería casarse con la muchacha que había conocido ese día. Como era tradición en aquella isla, para pedir la mano de una joven mujer, debían presentarse en la casa de los padres el novio acompañado de un padrino, y sería el padrino quien junto al padre de la novia acordarían el pago del acuerdo.
El padrino llega a casa de la muchacha a conversar con su padre y al pedir la mano de su hija para el joven pescador, el padre dice que la vende por 20 vacas, que es la más joven de sus hijas, la más hermosa, y que a pesar de que solo tenía 18 años, era toda una mujer y no la daría por menos de 20 vacas.
El padrino, quien era el delegado para conversar con el padre, le dijo que esa no era la hija con el que su amigo se quería casar, a lo que el padre se adelantó y dijo que entonces estaba muy complacido de que apreciaran la inteligencia de su hija del medio, que era una excelente amiga, era muy astuta y que a ella la daba en matrimonio por 13 vacas.
El padrino volvió a interrumpir al padre diciéndole que por esa hija tampoco era que habían venido, y que era por su hija mayor.
El padre incrédulo se quedó sin palabras. Entre la sorpresa y el agradecimiento saltó a pedir 7 vacas por aquella de sus hijas, y le dijo a los pescadores que no aceptaría ni un poco menos, porque la cojera de esa hija no era mayor impedimento para que ella cumpliera con sus deberes como esposa.
El joven pescador finalmente pronunció palabra, para contrariar al padre diciéndole que por su hija, la que él quería, ofrecía el valor de 20 vacas, lo mismo que el padre pidió por su hija la más joven.
El amigo del joven pescador, al que habían escogido como padrino, se quedó perplejo, y quiso llamar la atención del muchacho, pero este se mantuvo firme en su decisión.
Pasaron 5 años para que un navío trajera de vuelta al amigo- padrino a aquella isla. Éste lo primero que hizo al desembarcar la mercancía fue preguntar por el joven pescador; quería saber si se había casado finalmente y qué había sido de su vida.
Preguntando a los lugareños consiguió que el muchacho había construido una humilde casa con sus propias manos a la cima de una montaña, y para llegar debía caminar aproximadamente media hora.
En su caminata, el padrino consiguió una procesión de peregrinos que homenajeaban a una hermosa mujer que llevaban en brazos. La mujer irradiaba luz y belleza, y en su gesto de agradecimiento, aquella mágica mujer extendía sus manos para saludar a todo aquel que se le acercara.
El padrino quiso detener su paso para contemplar la hermosura de aquella noble mujer, pero recordó su propósito de visitar a su joven amigo.
Cuando llegó a la cabaña, le preguntó a su joven amigo si se había casado, y en donde estaba su mujer, a lo que el muchacho contestó que efectivamente se había casado con aquella muchacha y que sí había pagado el valor de 20 vacas por ella, pero que en este momento no se encontraba en la cabaña, porque era su cumpleaños, y los lugareños celebraban ese día agasajándola con una procesión llevándola en brazos y festejando junto a ella, porque la querían mucho.
El amigo pescador incrédulo le preguntó al muchacho si se había vuelto a casar, porque la mujer que él acababa de ver en la procesión era muy hermosa, y la que él había conocido años atrás pues no lo era.
El muchacho confirmó nuevamente que sí era la única mujer que él había amado, que se habían casado hace 5 años atrás, y ante esta aseveración el amigo pescador preguntó qué había pasado entonces, cómo ocurrió esa milagrosa transformación. El muchacho contestó, que él sólo la había valorado como una reina, que había pagado el precio que el padre había puesto por la hija que consideraban la más hermosa, y que seguía dándole el más alto valor a su esposa… -Eso es lo único que he hecho-
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Siempre encontramos en nuestra vida alguien que nos valora en alguno de nuestros roles, pero el joven pescador que se atreve a dar el valor de 20 vacas por nosotros y que muy valientemente nos trata como reinas y reyes, debe estar dentro de nosotros mismos al despertar cada mañana, y debe acompañarnos en cada decisión que tomamos, cada vez que nos vemos al espejo, cada vez que nos alimentamos, dormimos, nos ejercitamos, trabajamos, nos comunicamos; entonces ahí irradiaremos la belleza de todo nuestro ser, y todos podrán contemplar nuestro verdadero valor.
Si aprendemos a cuidarnos como cuidaríamos al mayor de nuestros tesoros, y nos diéramos un valor especial, de seguro nuestro cuerpo experimentaría una mágica transformación de salud y bienestar.
Mil bendiciones a todos.
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